Si preguntamos a cualquier persona por un buen profesor te responderá por el que consiguió que aprobase las matemáticas, o el de lengua, porque le descubrió un mundo maravilloso de cuentos y de historias que le hacían volar y desarrollar la imaginación; el de gimnasia porque le hizo amar el deporte y aprender valores como la amistad, el compañerismo, o el sacrificio; el de ciencias, por desarrollar en ti la curiosidad por descubrir la vacuna contra el cáncer… y, en resumen, aquél que hizo convertirte en lo que eres, demostrándote que creía en ti.
Sin embargo, si preguntamos a cualquier persona por un BUEN profesor de autoescuela, seguramente te hablen bien del que tuvieron si aprobaron a la primera.
Si nos metemos en Internet y buscamos profesor de autoescuela, sólo encontraremos páginas que dicen que «es una profesión con futuro» en la que se cobra bien. Nadie tiene ni idea de que se requiere una formación específica, reglada por el Ministerio del Interior. El tiempo que se tarda desde que inicias hasta el final del proceso (previa+a distancia+presencial) es de 2 años.
También dicen que montar una autoescuela no es difícil, ya que han disminuido preocupantemente los requisitos mínimos. Prácticamente, y sin «-mente» también, se puede abrir una autoescuela en un quiosco. No les exigen una impartición de formación teórica, puede servir una plataforma vía Internet, “fría” e impersonal, que hace imposible conocer al alumno y, mucho menos, mejorar su progreso adaptando el método al alumno y no el alumno al método.
Si preguntamos sobre su formación en el coche, seguramente, sólo te responderán si aprobaron o no a la primera y el numero de clases. No sobre si el profesor le enseñó a respetar para ser respetado, a aumentar su autoestima cuando decía «No puedo» y él te decía «SÍ puedes», a madurar y ser independiente cuando veías que poquito a poquito iba dominando al vehículo y no él a ti.
En mi google particular, como profesora e hija, hermana, y sobrina de, sé que no es un trabajo en el que se gane mucho, ni es fácil. Mucha gente, desde fuera, sigue creyendo que somos conductores que trabajamos en esto porque «nos gusta conducir» y nos dedicamos a dar paseos sentados todo el día y te forras. En el caso de los profesores varones piensan que además pillas cacho.
¡Nada más lejos de la realidad! Es un trabajo psicológicamente muy duro.Enseñas a personas, cada uno de un padre y de una madre, majos o menos majos, maduros e inmaduros, seguros de sí mismos e incapaces de pensar que lo hacen mal, o incapaces de pensar que lo pueden hacer bien. La mayoría, agradecidos, pero eso no resta el esfuerzo y la impotencia cuando no encuentras la manera de que el alumno salga del bloqueo. Nervios compartidos el día del examen, ya que el alumno no deja de convertirse en la mayoría, uno más en tu vida, y el roce hace el cariño, aunque a veces… les matarías.
El disgusto, cuando la gente va a la autoescuela y sólo mira el precio. Nunca se interesan por conocernos, ni a nuestra metodología, sólo el precio. No se cuestionan lo que te cobra un taxi (10 € por 10 o 15 minutos de paseo), un mecánico (35 € por media hora) o un fontanero (50 € sólo por salida). Y día a día tenemos que luchar psicológicamente para, a pesar de todo, levantarnos cada mañana y volver a sacar la sonrisa al alumno. Sólo el amor por este trabajo y los grandes alumnos te permiten seguir esforzándote.
Mi padre, profesor, tenía la mentalidad de torero, no quería que nos dedicáramos a esto. Prefería que sacáramos una oposición y tuviéramos un trabajo fijo y sin preocupaciones. Pero, como buena hija de torero, el amor por el toro podía más.
Y aquí sigo, toreando… y dejándome la piel cada día en la plaza.
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