El fracaso como producto: la certificación de la desigualdad
En la búsqueda del camino que lleva a la Calidad Educativa encontramos numerosos obstáculos a superar, tal vez el más importante en muchos contextos sea el de la exclusión educativa, que comienza con el llamado “fracaso escolar” ¿A quién se culpabiliza? ¿Cómo se interpreta? ¿Cuál es el trasfondo ideológico?
Cada
momento del desarrollo de los sistemas educativos ha llevado consigo una forma
de interpretar la realidad del fracaso escolar. Tras el modelo de una escuela
reproductora del orden social establecido, en el que cada persona nace en el
lugar fijo e inmutable asignado en la sociedad y en el que sistemáticamente se
excluía a los alumnos en razón de dos factores, su extracción social y su
género, tras la Segunda Guerra Mundial aparece un nuevo paradigma de
escolarización, la meritocracia, basado en las capacidades del sujeto para
aprender. Se supera de este modo una selección en base a la clase social y al
género para introducir a edades tempranas los exámenes selectivos y
academicistas como puerta a la enseñanza secundaria.
¿Desde
qué óptica se contemplaba el fracaso en este nuevo paradigma? Desde una clave
individualista en la que se psicologiza y se busca sus causas en la falta de
recursos intelectuales, aptitudes o habilidades del sujeto necesarios para
alcanzar el éxito académico. Desde este marco de comprensión se justifica la
eliminación de candidatos o la orientación de los mismos hacia la formación
profesional. El éxito o el fracaso se interpreta desde una dimensión
unifactorial vinculada a las capacidades o al esfuerzo del alumno, en el que él
es el responsable último del mismo.
Con
la llegada de la escuela inclusiva, a partir de la década de los setenta, por
medio de políticas educativas comprensivas, apoyadas en la igualdad de
oportunidades en el proceso, se trata de eliminar cualquier situación selectiva
para el ingreso en la educación secundaria, con un currículum común para todos,
adaptable a las necesidades educativas de los alumnos e implantando principios
pedagógicos como la promoción continua, la eliminación de exámenes exclusores,
adaptaciones curriculares, etc. (Sevilla).
Una
nueva lectura del fracaso se hace en este contexto, comprensible desde las
teorías de Bourdieu de la autoexclusión. El fracaso “se explicará ahora por
la falta de motivación del alumnado que no ha querido o no ha sabido aprovechar
los recursos que el sistema le ha ofrecido, apareciendo una nueva estrategia de
exclusión que trata de convencer al propio sujeto, por mediación de los propios
profesores, de su propio fracaso, persuadiéndoles de que no poseen las
características intelectuales requeridas, o que no demuestran las habilidades o
competencias previamente establecidas, estrategia que, por otra parte, exime de
toda responsabilidad al sistema educativo de dicho fracaso” (Jiménez).
Posteriormente,
y desde una perspectiva neoliberal, el fracaso escolar se verá redimensionado
desde la búsqueda de la excelencia y de los mejores resultados. Éste, por
tanto, se contemplará como un obstáculo para alcanzar la excelencia educativa y
una amenaza para la calidad.
“En
este escenario, los escolares que no rindan, que no asistan al centro, que
presenten problemas, etc, no interesa su permanencia en las aulas por la mala
imagen que ofrecen al exterior y serán persuadidos, y en mucha ocasiones
obligados, a que abandonen el centro, en una nueva modalidad de rechazo, más
patente y contundente, que sintoniza con la naturaleza exclusora que
caracteriza al sistema escolar desde sus orígenes” (Jiménez).
Al
hilo de esta progresión de paradigmas educativos, ¿cómo se han interpretado los
datos del fracaso escolar? Ante todo como un producto acabado, haciendo un uso
de los mismo con un carácter eminentemente finalista, sin tener en cuenta los
procesos que conducen al mismo. El fracaso, desde esta perspectiva de producto,
es algo constatable, observable y experimentable, es decir, “supone algo que
está ahí y que puede ser observado; una realidad construida y certificada de la
escuela que adquiere rostro en algunos alumnos, precisamente en una primera
etapa de su vida como personas que con toda seguridad va a dejar huellas en lo
que venga después” (Escudero).
En
definitiva, y a lo largo de los distintos paradigmas que han configurado el sistema
educativo y las políticas subyacentes, el fracaso escolar es la certificación
de los procesos de desigualdad, que con distintos acentos se construyen en el
seno del mismo.
Desde
este carácter finalista se priman tres claves de interpretación
a)
La individualización: “fracasan los estudiantes y no el sistema”.
b)
La privatización: si un alumno no ha alcanzado los resultados esperados, él es
el responsable exclusivo.
c)
La atribución de las culpas recae sobre las víctimas: se arguye la falta de
capacidades, motivación, interés y esfuerzo.
Diversos
autores han señalado como la individualización y la privatización del fracaso
escolar es un resultado manifiesto de la colonización de cierta racionalidad y
lógica sociales y políticas que postulan un giro drástico del universo de
valores que postuló la modernidad y el progreso económico para legitimar
dinámicas de desigualdad como fruto y producto de la responsabilidad exclusiva
del individuo.
Extraído
de:
De
la epidermis al corazón: la búsqueda de la comprensión del fracaso escolar y la
exclusión educativa
Autores
José
Manuel Martos Ortega y Jesús Domingo Segovia
Grupo
de Investigación FORCE y Universidad de Granada
http://www.calidadeducativa.edusanluis.com.ar/2014/03/el-fracaso-como-producto-la.html
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